miércoles, 2 de julio de 2008

ADIOS AL CORONEL

Por Jorge Abelardo Ramos
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Acaba de morir Perón, cuya inmortalidad aseguraban algunos de sus adictos más devotos. Pero había algo de verdad en semejante idea, pues a ese hombre singular podían aplicarse las palabras de Bismarck: “Todo hombre es tan grande como la ola que ruge debajo de él”. La ola de Perón no era el ejército prusiano sino la multitud innumerable que transmitirá su memoria al porvenir. Cabe decir de él, como de Yrigoyen, que fue “el más odiado y el más amado de su tiempo”. Su tiempo comenzó en una madurez avanzada, a los cincuenta años
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Cuando los coroneles se retiran o ascienden a generales para proyectar su retiro y concluir ordenadamente su vida, le tocó a Perón lanzarse a una aventura histórica, de una turbulencia e intensidad pocas veces conocida.
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Ingresó a la acción pública cuando terminaban al mismo tiempo la crisis, la década infame y la Segunda Guerra Mundial imperialista. La neutral Argentina gozaba de prosperidad. Poco a poco la desocupación de los años duros era absorbida por el impulso industrial creado a consecuencia del conflicto bélico y de la bancarrota del 30. Los peones se hacían obreros y las chicas del servicio doméstico, humillado y martirizado, ingresaban a las nuevas fábricas
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Pero al llegar a las ciudades, no había lugar para ellos ni en los partidos políticos de izquierda, ni en los antiguos sindicatos influidos por tales partidos. Los trabajadores que se harían peronistas en 1945 descubrieron un sistema político fuertemente impregnado de la influencia anglosajona.
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La herencia del viejo partido de Yrigoyen había caído en manos de los alvearistas, amigos de Inglaterra, de la CADE y de los conservadores liberales. De Lisandro de la Torre, los demócratas progresistas no querían acordarse y participaban en amables tertulias con los protectores de los asesinos del senador Bordabehere, para urdir el ingreso de la Argentina a la segunda gran guerra de las democracias coloniales. Naturalmente, el Partido Socialista fundado por Juan B. Justo integraba tales reuniones, que prologaban la inminente Unión Democrática
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Para no ser menos, el Partido Comunista, inspirado por Vittorio Codovilla (bajo la luz bienhechora de Stalin) era uno de los artífices de tal alianza, que proponía reproducir en la Argentina el pacto de los Tres Grandes y los acuerdos de Yalta
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Estos pactos se traducían al castellano mediante la exigencia de sustituir la lucha contra el imperialismo por la lucha contra el fascismo. Como el fascismo era desconocido en el país, se idealizaba la presencia del imperialismo “democrático” y se recomendaba a los obreros de los frigoríficos no pedir aumentos de salarios para no dificultar “la lucha de los ejércitos que luchaban por la libertad del mundo”. Por su parte, la burguesía industrial era tan débil que ni siquiera contaba con un diario propio.
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Al irrumpir en la historia, Perón se enfrentó con ese cuadro. Su robusto realismo político le permitió advertir que el país se encontraba en el umbral de una nueva edad. Muchos lo habían anunciado y hasta habían llamado a esa hora del destino: Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Manuel Ortiz Pereira, el general Savio, el capitán de fragata Oca Balda, el ingeniero Alejandro Bunge, Joaquín Coca, Manuel Ugarte. Desde el campo del yrigoyenismo revolucionario, del nacionalismo burgués, del nacionalismo tradicional, del socialismo clásico y hasta del marxismo no staliniano, argentinos resueltos habían preconizado la necesidad de concluir para siempre con la vergüenza de la factoría inglesa, hermoseada con poetas anglomaníacos, con izquierdistas de Su Majestad o con trogloditas del Nuevo Orden.
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Perón resumió a su modo algunas de esas aspiraciones explícitas. Encarnó las esperanzas latentes de las grandes masas que carecían de voz y los intereses de la nueva burguesía así como llevó a la práctica el nacionalismo militar concebido por el general Savio. Esa síntesis fue su fuerza y su justificación histórica. Pero cada vez que una corriente nacional brota en América Latina, los doctos sabihondos se precipitan al error con un olfato infalible
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Pulularon en la época múltiples teorías sociológicas, que habrían erizado de risa o de cólera al viejo Marx, ya que muchos de sus apologistas invocaban nada menos que a semejante maestro. Desde 1944, cuando Perón pronunciaba sus primeros discursos en los balcones de la calle Perú, las preguntas o afirmaciones más corrientes eran: ¿Es fascista? ¿Es falangista? ¿Es un candidato a dictador? ¿Es un agente alemán? Aquellos que tenían el dudoso gusto de leer la folletería de la “izquierda rooseveltiana” añadían con sabio misterio: “es un caudillo del lumpemproletariat”. Parece mentira, pero tales gentes de hace treinta años tienen prole ideológica, que repite las mismas variedades en nuestros días.
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Perón fue el jefe de un movimiento nacional en un país semicolonial. Su poder personal emergió de la impotencia de los viejos partidos que se negaron a apoyarlo en 1945 y que prefirieron aliarse con Braden. Ese poder personal perduró como un factor arbitral en una sociedad inmadura. Adquirió por momentos un franco carácter bonapartista. Este fenómeno es habitual en los países llamados del Tercer Mundo, pues frecuentemente se revela como una verdadera necesidad general, para resistir la intolerable presión del imperialismo, altamente concentrado en su poder y dirección
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Las contradicciones que se le reprochaban a Perón no eran sino la expresión personal de las clases sociales nucleadas en su torno y que el caudillo representó a lo largo de toda su carrera. No fue un “agente de la burguesía industrial” ni un “caudillo del proletariado” ni mucho menos un “lider de poder carismático”. El vocablo “carisma” refleja la pobreza científica de la sociedad norteamericana, que ahora apela a la magia. El influjo de Perón no era sobrenatural o inexplicable. Consistía en interpretar el estado de ánimo y los intereses de las grandes masas y clases oprimidas. Cuando lo lograba ese poder era tan inmenso como la energía de las multitudes que hablaban a través de él. En otras ocasiones, ese poder era el de un ciudadano corriente.
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Perón e Yrigoyen fueron los dos grandes caudillos nacionales en lo que va del siglo. Nadie podrá imputarle a lo largo de su prolongada lucha que haya sido infiel al programa que propuso al país en 1945. No fue un fascista, por supuesto, ni un socialista, naturalmente. Los gorilas del 45 no comprendieron lo primero, ni muchos de sus hijos, lo segundo. Perón siempre aspiró a ser él mismo su propia izquierda y su propia derecha
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Como luchó por desarrollar un capitalismo nacional (estatal y privado) contra la sociedad inmóvil de la hegemonía terrateniente, ésta lo declaró indeseable, lo derribó y lo expatrió durante 18 años. El pueblo, sin la ayuda de los sociólogos, comprendió que sólo un patriota podía merecer tal castigo. A tal odio, respondió con un amor equivalente. Perón intuyó certeramente su próximo fin. El discurso del 12 de junio, que declaraba al pueblo único heredero de sus banderas, constituyó el testamento político de ese varón singular, que entró en la muerte tan oportunamente como había irrumpido 30 años antes en la historia.
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03/07/1974
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PERON, BANDERA DE COMBATE

por Alberto Guerberof
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Ayer lo lapidaron. Hoy lo quieren inmovilizar en el bronce
El único homenaje digno a este gran argentino es devolverlo al terreno de la
lucha revolucionaria por la liberación integral de la Patria
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Nació en Lobos, provincia de Buenos Aires, el 8 de octubre de 1895 a las puertas de un nuevo siglo, a comienzos del cual, en 1900, la familia se traslada al sur y se instala primero cerca de Río Gallegos y más tarde en las proximidades de Comodoro Rivadavia. Se solía definir a sí mismo como un hombre de la Patagonia, lo que ponía de manifiesto los fuertes recuerdos que dejó en él la infancia transcurrida en aquella áspera y bella geografía argentina. Sin estridencias, el nuevo siglo que pronto sería cruzado, como nunca antes por los vientos huracanados de guerras y revoluciones recibía a quien sería llamado a cumplir con un singular destino que cambiaría el curso de la historia de nuestro país. Años después evocaría que apenas adolescente sería entregado por sus padres al servicio de las armas. De ese modo consagrado a la patria, desde ese momento el Ejército sería el ámbito de su crecimiento profesional y de la madurez en su mirada del mundo y del país. En casi toda la primera mitad del siglo su carrera no se diferenció de la de otros camaradas más que por su inteligencia poco común, su calidez y su cultura. Fue recién a partir de la revolución militar del 4 de junio de 1943 en la que irrumpió una nueva generación de oficiales nacionalistas, que el nombre de Perón empieza a adquirir su verdadera dimensión.
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No habían escapado a él los grandes sucesos y transformaciones contemporáneas. Pero, ante todo fue un observador atento del drama de su patria, al que no tardó en vincular con la condición semicolonial impuesta por el dominio británico y el de sus aliados domésticos. Pero el verdadero período de su lucha se inicia cuando las masas populares lo rescatan de la prisión en 1945 y en la ardiente jornada del 17 de octubre lo convierten en el jefe de una revolución nacional.
El proyecto de Perón se fundaba en la alianza indestructible del ejército nacionalista, en el poder desde 1943, y en la joven clase trabajadora que no era contenida por los viejos sindicatos, enfeudados a centros extranjeros.
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La vieja sociedad anglo-oligárquica se resquebrajaba, no sin antes prestar un último servicio al Imperio queriendo llevar a la Argentina a la carnicería mundial (1939-45). Los imperialismos dirimían en Europa un nuevo reparto del mundo, por ello el primer signo del despertar nacional fue la oposición de la juventud militar y de un núcleo de pensadores nacionales al ingreso de la Argentina a la segunda guerra. La neutralidad fue bandera aglutinante y precursora de una nueva etapa histórica.
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Perón percibió entonces que la confluencia entre los trabajadores que no tenían sindicatos ni partidos que los representaran y las Fuerzas Armadas en las que renacía un espíritu nacional era la delantera en la gestación de un gran frente patriótico y popular que abarcara a todos los sectores oprimidos por el imperialismo “democrático” obnubilados durante décadas por la hegemonía (que ahora llamaríamos mediática) de los agentes y personeros de la entrega.
La articulación de un gran frente nacional era la única respuesta que podría enfrentar con éxito a esos intereses, a esas envejecidas estructuras que venían del pasado, a esa oligarquía que había prosperado con la dependencia semicolonial de la década infame.
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Todos los partidos se doblegaban ante el poder, incluso aquellos que reconocían sus orígenes populares. El “Peludo” ya no estaba para encausar al radicalismo, o parte de el, los socialistas y comunistas que habían usado y abusado de Carlos Marx y de Lenin, ahora los olvidaban y preferían reemplazarlos por Roosvelt y por Churchill.
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Los grandes diarios, la Sociedad Rural y la Unión Industrial Argentina hicieron blanco en ese coronel que creaba sindicatos, que propiciaba leyes sociales y que postulaba la independencia ante EEUU e Inglaterra. La oposición y el rencor recibidos de esos sectores se correspondía con sorprendentes realineamientos de clases y sectores de un país que cambiaba aceleradamente.
Con Perón surgía impetuosamente un nuevo movimiento nacional, al que no alcanzaban a explicar quienes seguían prisioneros de una geometría política importada, ciegos y sordos frente a los llamados que el caudillo hizo a socialistas, católicos y comunistas.
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La revolución nacional duró apenas una década, pero la codicia oligárquica y la angurria de los grandes intereses extranjeros le pusieron fin. Ocurriría después otro fenómeno, poco frecuente en la historia del siglo: Deben sobrar los dedos de las manos para enumerar los casos de líderes políticos que, como el Coronel del ’45, fueran rescatados por su pueblo de un destierro de18 años en los que no hizo más que acrecentar su ascendiente político sobre el pueblo argentino. La vieja clase gobernante de terratenientes, agentes financieros y compañías foráneas, había vuelto en 1955 con la pretensión de restaurar el viejo régimen, arrasando con la justicia social y la soberanía popular. Pero una sola cosa no lograron: anular la autoconciencia nacional que el pueblo argentino había adquirido para siempre desde aquel 17 de octubre en que canturreaba en las calles
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“...sin galera y sin bastón
lo queremos a Perón...”
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Había cumplido todas las etapas a que pudiera aspirar el más exigente profesionalismo militar cuando le tocó encabezar una lucha nueva al frente de una multitud innumera que quería dejar de ser inquilina en su propia tierra. Fue el momento en que llegó a Perón la hora del destino que habían anunciado Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz y Manuel Ugarte.
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Desde el campo del yrigoyenismo, del nacionalismo popular y del marxismo nacional se fue creando el marco político del nuevo movimiento. Había llegado la hora de terminar para siempre con la vergüenza del coloniaje económico, político y cultural. Por contrapartida, analistas y voceros de la inteligenzia se devanaron y se devanan los sesos para explicar a Perón y el peronismo, .“...acaudilló sin gran esfuerzo las diseminadas turbas de la anarquía hablando a hordas irredentas el lenguaje de la demagogia”, opinaba Ezequiel Martínez Estrada a la hora de los fusilamientos de 1956. ¿Es de derecha o es de izquierda? ¿Fue marxista o fue fascista? No conciben una mirada propia, son en todo, calco y copia, sean liberales, pseudo-nacionalistas o marxistas cipayos. Algo parecido les pasa a la hora de hablar de Hugo Chávez el líder bolivariano que, al frente de la marea revolucionaria está cambiando el mapa político y social de la Patria Grande.
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“Perón fue -como afirma con claridad Jorge Abelardo Ramos- el jefe de un movimiento nacional en un país semicolonial. Su poder personal emergió de la impotencia de los viejos partidos que se negaron a apoyarlo en 1945 y que prefirieron aliarse con Braden. Ese poder personal perduró como un factor arbitral en una sociedad inmadura. Adquirió por momentos un carácter bonapartista. Ese fenómeno es habitual en los países llamados del tercer mundo, pues frecuentemente se revela como una verdadera necesidad general, para resistir la intolerable presión del imperialismo, altamente concentrado en su poder y dirección”.
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Había sido Vicepresidente de la Nación entre 1944 y 1945 y Presidente constitucional tres veces elegido por el pueblo. Buscó apartar del Ejército la funesta herencia que lo había hecho brazo armado de la clásica oligarquía. Desplegó una política exterior independiente de todas las potencias, profundamente latinoamericanista. Inspiró e impulsó el ABC con los presidentes Vargas e Ibáñez. Propuso la unión aduanera con Chile, Brasil, Paraguay y Bolivia. Fue el más visionario de los precursores del Mercosur y de la Nación Suramericana. Autor de las grandes nacionalizaciones y de las conquistas tecnológicas más notables para su época, en el campo de la energía nuclear y la industria aeronáutica, entre otros. Impulsó una revolucionaria legislación social en la que fueron protegidos y acrecentados los derechos obreros y el papel de delegados y de las comisiones internas en establecimientos fabriles.
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En estos tiempos la confusión, muchas veces disimulada por una pretenciosa prosa en clave posmoderna ha ganado a muchos sectores. Ante ellos cabe recordar que Perón no sólo encarna para los argentinos un camino propio para afirmar su soberanía, su desarrollo y su integración con América Latina.
Hoy, cuando el país oscila entre ponerse de pie junto al bloque suramericano o caer nuevamente en la frustración de una nueva oportunidad histórica, cuando un manto de espesa hipocresía suele encubrir homenajes, rituales y discursos, reafirmamos que fue el suyo un proyecto inconcluso de emancipación nacional y social.
En este nuevo aniversario de su desaparición no rendimos homenaje a un prócer inmovilizado por el bronce sino a un gran patriota que abrió un camino que nos toca retomar.
29-06-07
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